Veranos calurosos y secos, lluvias torrenciales que desbordan los ríos... Hoy en día, todo esto resulta demasiado familiar. Los patrones climáticos están cambiando, ¿y el principal culpable? Las emisiones de CO₂, sobre todo aquellas ligadas a la actividad humana. Los alimentos causan una cuarta parte de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, por lo que cada vez se pide más a la gente que consuma alimentos de producción local. La idea es que así, al menos, se puedan evitar las emisiones de CO₂ del transporte. Pero, en los Países Bajos, ¿emite menos CO₂ un tomate de invernadero cultivado localmente que uno importado de España? ¿Y qué pasa, por ejemplo, con los mangos españoles frente a los peruanos?
Gracias a las estadísticas, podemos comparar algunas frutas y hortalizas entre sí y con su país de origen. Para ello, utilizamos el término CO₂eq, un concepto que abarca también otros gases de efecto invernadero aparte del dióxido de carbono, como el metano o los óxidos de nitrógeno (el metano es 28 veces más potente como gas de efecto invernadero que el CO₂). Eso sí, es evidente que los alimentos tienen un impacto medioambiental que va más allá de las emisiones de gases de efecto invernadero. También influyen aspectos como el uso de la tierra, el agua, los productos fitosanitarios o la acidificación del suelo, aunque este artículo no abordará estos factores.
Huella alimentaria
Al hablar de la huella de CO₂ de los alimentos, debemos distinguir primero entre los de origen vegetal y los de origen animal, dado que estos difieren de manera muy notable. Hablamos de una diferencia mucho mayor que, por ejemplo, la que resulta de comparar un mango traído del extranjero con uno cultivado en España, o una coliflor cultivada en España y otra en Países Bajos. Esto se debe a que el metano desempeña un papel fundamental en la producción de alimentos derivados de la carne.
La web holandesa FoodFootprint expone el impacto climático (CO₂eq y consumo de agua) de una selección de distintos productos alimentarios, incluyendo pan y bebidas, carne y productos hortofrutícolas. Una ración suele corresponder a 100 gramos en el caso de la carne y a entre 100 y 200 gramos en el de la fruta y las hortalizas, dependiendo del producto. Dicho impacto se compara con cuántos kilómetros tendría que recorrer un turismo o cuánto tendría que durar una ducha para conseguir la misma huella de carbono. Los datos proceden del Instituto Nacional de Salud Pública y Medio Ambiente de los Países Bajos (RIVM). En su página web, ofrece una base de datos sobre el impacto ambiental de una serie de alimentos, recopilados mediante un Análisis del Ciclo de Vida (ACV).
Bistec frente a coliflor
Nota: todas las cifras que figuran a continuación se calculan en base al impacto de un kilogramo del producto alimenticio correspondiente en un supermercado de los Países Bajos. Si el producto procede de varios países, se utiliza una media ponderada. Producir, almacenar y transportar un kilo de huevos emite algo menos de 3 kilos de CO₂eq. En el caso del pollo, hablamos de 4 kilos; en el del queso, entre 6 y 9 kilos; en el del cerdo, más de 7 kilos; y en el de la ternera, unos 20 kilos. Esto difiere enormemente de los productos hortofrutícolas, cuyas emisiones de CO₂ oscilan entre 200 gramos y 3,5 kg.
Las zanahorias rondan unos modestos 200 gramos; las lechugas, puerros, cebollas, bananas, piñas y manzanas producen 100 gramos más; y los cítricos, uvas y kiwis alcanzan los 400 gramos. Las frutas de hueso y los melones emiten 500 gramos; el brócoli, la coliflor y el pepino fluctúan en torno a los 600 gramos, mientras que el mango y el aguacate apenas alcanzan el kilo, al igual que los tomates. Las setas, los pimientos y los calabacines apenas alcanzan los 2 kg. Las fresas encabezan la lista con 3,3 kilos.
Un artículo de Hannah Ritchie en la web Our World in Data cita un estudio de Joseph Poore & Thomas Nemecek de 2018 que también revela que el consumo de frutas, hortalizas y patatas se asocia con unas emisiones mucho más reducidas de gases de efecto invernadero que las de los lácteos y la carne. Sin embargo, las cifras difieren ligeramente. En este estudio participaron 38.700 productores de 119 países y para el cálculo de las emisiones se tuvieron en cuenta todos los eslabones de la cadena (conversión del uso del suelo, cultivo, transformación, envasado, transporte y venta en el retail). Según este estudio, los cítricos producirían 0,3 CO₂eq por kilo de producto; las manzanas y las zanahorias, 0,4; las bananas, 0,7; los tomates, 1,4; la leche, 3; los huevos, 4,5; el pollo, 6; el cerdo, 7; el queso, 21, y la carne de vacuno, 60.
Aquí también hay que tener en cuenta que una ración de lácteos o carne es menor que la de los productos hortofrutícolas. En cualquier caso, se puede concluir que comer productos lácteos, carne y, por supuesto, productos (ultra)procesados produce más emisiones de gases de efecto invernadero que el consumo de frutas y hortalizas frescas. Por ejemplo, en términos de emisiones de CO₂, consumir 100 gramos de carne de cerdo equivale a hacer un viaje de 11 km en coche, mientras que comer una porción de kiwi (80 gramos) equivale a 500 metros.
Hacia una mayor armonización
El RIVM hizo sus cálculos en 2024. Un estudio comparable anterior, realizado en 2019, mostraba un impacto medioambiental considerablemente mayor. Según explica el RIVM, esto se debe a que se han actualizado los datos básicos y los métodos de cálculo. Por tanto, no se puede descartar que los resultados sigan estando sujetos a cambios en el futuro, a medida que se perfeccionen la recogida de datos y los métodos de cálculo. Además, no todos los análisis de los institutos de investigación incluyen los mismos elementos, lo que hace prácticamente imposible comparar directamente los resultados de distintos estudios. No cabe duda de que se continuará trabajando para lograr una mayor armonización.
En el marco de la Directiva sobre Informes de Sostenibilidad Empresarial, las grandes empresas de la UE, incluidas las cadenas de retail, tienen la obligación de informar sobre las emisiones de gases de efecto invernadero de sus productos y actividades. Esto incluye las emisiones anteriores -las de sus proveedores- y posteriores -las de sus clientes-. Para ello, suelen recurrir al Protocolo de Gases de Efecto Invernadero. Los retailers están respondiendo a la creciente concienciación medioambiental de sus clientes. Por ejemplo, la mayor cadena de supermercados de los Países Bajos, Albert Heijn, lleva desde abril del año pasado publicando datos sobre las emisiones de CO₂eq (o su estimación) que generan sus productos de marca blanca. En ellos se muestra qué parte de las emisiones corresponde a cada eslabón de la cadena: uso del suelo, producción, transformación, envasado, transporte y comercialización.
La parte correspondiente al transporte
El suministro de alimentos genera el 26 % de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, y un 53 % de estas corresponde a la producción de carne y pescado. Esa cifra incluye la producción de forraje y la conversión del uso de terrenos de, por ejemplo, bosques a pastos. La producción de alimentos de origen vegetal (incluida la conversión del uso de la tierra) solo representa un 29 % del total. El procesamiento, el transporte, el envasado y la comercialización representan el 4, el 6, el 5 y el 3 % de las emisiones totales de la cadena alimentaria. Se trata de cifras de 2018 del estudio de Joseph Poore y Thomas Nemecek.
En camión
El transporte de alimentos en los Países Bajos genera el 6 % de esas emisiones. Tomemos como ejemplo los productos hortofrutícolas. La mayor parte se transporta en camión, barco o avión. Supongamos un consumo medio de gasóleo de 40 litros por cada 100 km para una carga refrigerada de 20 toneladas cuando se transportan tomates en camión desde Almería (España) a los Países Bajos (2.200 km). En dicho caso, con unas emisiones de CO₂eq de 3,468 por litro de combustible (según una fuente oficial), ese viaje genera 150 gramos de CO2eq por kg de tomates.
Los tomates de un supermercado holandés (las estadísticas del RIVM tienen en cuenta una mezcla de cultivos locales y de ultramar) se acercan al kilogramo. En ese caso, el transporte por carretera representa el 15% de las emisiones totales. Si lo comparamos con las emisiones totales de un kilo de pollo, cerdo o ternera (4, 7 y 20 kg de CO₂eq. cada uno), el impacto ambiental del viaje del tomate desde España hasta los Países Bajos no está nada mal.
Por barco
Algunas importaciones proceden de países de ultramar, incluyendo China (ajo y jengibre, por ejemplo), Sudáfrica (principalmente cítricos y uvas) y América Latina (frutas tropicales). Utilizamos el informe "STREAM Goods Transport 2020" de CE Delft para calcular las emisiones de gases de efecto invernadero del transporte marítimo. Por término medio, un portacontenedores de 12.000-14.499 TEU (carga semipesada) emite 7,8 gramos por tonelada y kilómetro. Eso significa que el transporte marítimo de una tonelada de mercancías emite 7,8 gramos de CO₂eq. Partiendo de esta base, la emisión para transportar 1 kg de mercancías desde Perú hasta el puerto de Róterdam (aproximadamente 15.310 km) es de 120 gramos.
El informe "Clean Cargo 2023 Global Ocean Container Greenhouse Gas Emission Intensities" del Smart Freight Centre llega a una conclusión similar: unos 110 gramos de CO₂eq. Clean Cargo es una asociación que engloba a transportistas de contenedores marítimos, transitarios y propietarios de la carga. El cálculo se basa en un valor de 71,7 gramos de CO2 por TEU y kilómetro de carga seca en una ruta marítima entre Sudamérica y Europa. Los aguacates, sin embargo, se transportan refrigerados. Para los contenedores frigoríficos, Clean Cargo toma como referencia un valor de 138,3 gramos de CO2 por TEU y kilómetro en esa ruta. Eso eleva las emisiones de los aguacates a 0,21 CO2eq por kilo para el viaje por mar desde Perú, una cuarta parte más que el viaje por carretera desde Málaga (España) a los Países Bajos.
Pero aún hay que añadir el transporte por carretera en Perú desde la explotación hasta el puerto y desde Róterdam hasta el punto de venta final del producto. En el caso de los aguacates y los bananas, también hay que tener en cuenta el proceso de maduración en Europa. Por tanto, los aguacates peruanos tendrán una huella de carbono media de al menos el doble que su equivalente español. No obstante, ese impacto sigue siendo insignificante si se compara con el de los alimentos de origen animal.
En avión
Algunos productos llegan a los Países Bajos en avión. Tomando como base datos de CE Delft, calculamos que transportar un kilo de mangos en la bodega de un avión de pasajeros desde Lima (Perú) a Schiphol (unos 10.500 km) emite 6 kg de CO2eq. Es decir, unas 30 veces más que por barco y 40 veces más que por camión desde España. El transporte aéreo de mangos emite más incluso que el pollo y casi tanto como la carne de cerdo. El transporte por avión de carga es un poco menos perjudicial para el medio ambiente.
El flete aéreo se suele utilizar para productos muy perecederos procedentes de países de ultramar, como los frutos rojos, los tirabeques o los espárragos. Las elevadas emisiones de este modo de transporte son la razón por la que varias cadenas de retail de los Países Bajos han dejado de vender productos hortofrutícolas importados de este modo. Sin embargo, el transporte aéreo representa una parte ínfima del total de kilómetros recorridos por los alimentos. Tan solo un 0,16%, frente al 10% del tren, el 31% del camión y el 59% del barco.
Cultivo en invernaderos holandeses frente a importaciones del sur de Europa
Luego está la cuestión de si el cultivo y distribución de, por ejemplo, un tomate de un invernadero de la región holandesa de Westland genera menos emisiones que uno importado de Almería. En los párrafos anteriores nos hemos topado ya con cierta incertidumbre en lo que respecta a los distintos modos de transporte (las fuentes son limitadas y dependen de los elementos que se incluyan en los análisis). Esto es aún más cierto cuando lo que se trata de comparar son cultivos de invernadero holandeses y españoles.
También en este caso, los resultados se basan en pocas fuentes que no siempre utilizan las mismas variables para sus cálculos. Incluso si partimos de la base de que los institutos de investigación trabajan de forma objetiva, puede resultar desagradable acabar descubriendo que un estudio lo encargó una asociación española de comercio de frutas y hortalizas, o que un desglose se hizo para una asociación de empresas de transporte.
Al comparar un kilo de tomates de los Países Bajos y de España, es importante tener en cuenta que el surtido de variedades de tomate en los invernaderos holandeses difiere del de los españoles. Además, el rendimiento medio por metro cuadrado de los tomates en rama y cherry varía considerablemente. Además, no siempre está claro si los estudios tienen en cuenta factores como la fabricación, la vida útil y la eliminación/reciclaje de los materiales y equipamiento de los invernaderos a la hora de calcular las emisiones de CO₂ del cultivo.
Por ejemplo, podemos tener en cuenta el plástico en Almería, o el vidrio y los dispositivos energéticos en los Países Bajos. El hecho de que los invernaderos utilicen o no calefacción y/o iluminación también influye considerablemente en los resultados. Por ejemplo, en la campaña 2022/2023, las emisiones medias de gases de efecto invernadero de los productores de tomates de los Países Bajos, cuando todos dejaron de usar iluminación artificial, difirieron de las de la 2023/2024.
Supongamos que un invernadero holandés de alta tecnología produce una media de 70 kg de tomates por metro cuadrado al año. En tal caso, las emisiones de CO2eq por kilo de tomates se sitúan en 0,65, según datos del Energy Monitor de la Universidad e Investigación de Wageningen (WUR) correspondientes al año 2021. Esta institución afirma que las emisiones de la horticultura holandesa de invernadero alcanzan los 45,4 kg CO₂eq/m². La organización profesional española Coexphal presenta unas cifras ligeramente diferentes. En un estudio comparativo realizado en colaboración con la Universidad de Almería, llegan a las 0,92 CO₂eq para el cultivo en los Países Bajos y 0,36 CO₂eq para un invernadero de Almería (si a eso se le añaden los 0,15 CO₂eq del viaje en camión hasta los Países Bajos, se llega a 0,51 CO₂eq).
A pesar de que este último estudio se ha realizado por encargo de una asociación española del sector, cabe esperar que la cadena de suministro de tomates holandesa arroje unos datos menos favorables -en términos de emisiones de CO₂ por kilo de producto- que la española. Y ello a pesar de los kilómetros de transporte desde el sur de Europa y de la productividad cinco veces superior de un invernadero holandés. Pero eso podría cambiar a medida que el suministro de energía para iluminación y calefacción sea más sostenible. Además, todavía hay margen para mejorar la productividad en los invernaderos de alta tecnología, aunque España también podría mejorar su productividad.
Desde el 1 de enero, se aplica un impuesto individual sobre el CO₂ a las empresas con una superficie de invernadero superior a 2.500 m² para tratar de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero de la horticultura en los Países Bajos. Esto sustituye al sistema de distribución de costes (sistema sectorial de CO₂). La autoridad fiscal recaudará esa tasa, calculada en base a las emisiones de CO₂ generadas por el uso de gas natural. Irá aumentando cada año, de 9,50 euros por tonelada de emisiones de CO₂ en 2025 a 17,70 euros a partir de 2030.
Otros indicadores medioambientales
La huella de CO₂ no es, sin embargo, el único factor a tener en cuenta dentro del marco de sostenibilidad. Leo Marcelis, catedrático de Horticultura y Fisiología de Productos de la WUR y director de un estudio de sostenibilidad sobre invernaderos de alta tecnología en 2021, afirma: "El estudio muestra que los invernaderos holandeses de alta tecnología obtienen la puntuación más alta en 7 de los 14 indicadores de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas relevantes para la horticultura, en comparación con otros invernaderos europeos. Este método de cultivo utiliza muy poca agua y tierra, y los fertilizantes tienen una emisión prácticamente nula. Además, el 100% de los horticultores de alta tecnología tienen como norma utilizar el control orgánico de plagas".
En conclusión: Para reducir la huella de CO₂ de las frutas y hortalizas, o de los alimentos en general, deberíamos esforzarnos por emplear métodos de cultivo, transporte y almacenamiento más sostenibles, así como dar con formas de evitar el desperdicio de alimentos. Dado que nada menos que el 31% de todos los alimentos producidos en el mundo acaban en la basura (según datos de Faostat de 2019), el desperdicio de alimentos es responsable por sí solo del 6% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. Así se desprende del estudio de Joseph Poore y Thomas Nemecek. El CO₂ generado por estos alimentos desechados durante su cultivo, almacenamiento o distribución se emitió, pues, en vano.
Este artículo se publicó anteriormente en la edición de Primeur de mayo de 2025. Haz clic aquí para acceder a la edición completa