En un mundo en el que la sostenibilidad ya no es opcional, el concepto de Agricultura Positiva está emergiendo como una llamada global a la acción. Promovido por el Consejo Empresarial Mundial para el Desarrollo Sostenible (WBCSD), este marco invita a las agroempresas no solo a minimizar el daño a la naturaleza, sino a restaurar activamente los ecosistemas, fortalecer la resiliencia climática y mejorar la calidad de vida de las comunidades rurales.
En Colombia, estos principios están arraigados en el sector de la floricultura desde hace más de tres décadas, a menudo antes de que existiera el propio término. Como explica Daniela España, directora de sostenibilidad y asuntos ambientales de Asocolflores, "la Agricultura Positiva va más allá de cumplir la ley: se trata de restaurar lo que se ha perdido, proteger la biodiversidad y dejar los territorios mejor de lo que los encontramos".
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A través de la norma de sostenibilidad Florverde Sustainable Flowers, las flores colombianas se han beneficiado de uno de los marcos más avanzados para medir el desempeño ambiental y social en la industria mundial de las flores. Establecido en 1996, el programa reúne ahora más de 1,5 millones de puntos de datos digitales sobre indicadores clave como el consumo de agua, la eficiencia energética, la gestión de residuos y las condiciones laborales.
En la actualidad, más del 60% del agua utilizada en la producción de flores procede del agua de lluvia recogida, almacenada en embalses que se han convertido en hábitats de aves acuáticas y endémicas antaño, amenazadas por la pérdida de humedales en la Sabana de Bogotá. Paralelamente, muchas explotaciones de flores han creado bancos de propagación de especies autóctonas, que contribuyen a la restauración de ecosistemas en municipios como Facatativá, Suesca y Nemocón.
Estas prácticas encarnan los tres pilares de la Agricultura Positiva esbozados por el WBCSD: regeneración de ecosistemas mediante la conservación de la biodiversidad y la recuperación de suelos; mitigación y adaptación al clima, incluyendo la reducción de emisiones y el uso sostenible del agua; y mejora del bienestar rural mediante el fortalecimiento del empleo local y las alianzas con las comunidades vecinas.
Como señala Sergio Rengifo, director ejecutivo de CECODES (el capítulo colombiano del WBCSD), "la floricultura colombiana ya demuestra muchos elementos de la Agricultura Positiva: prácticas mensurables, innovación y colaboración entre sectores. Lo que queda es alinear estos esfuerzos bajo una visión compartida que le cuente al mundo una historia poderosa".
La adopción de la Agricultura Positiva no es solo una agenda medioambiental, es una estrategia empresarial. Colombia exporta flores a más de 100 países, lo que la convierte en el segundo exportador mundial de flores cortadas. Satisfacer las expectativas de los compradores internacionales significa cada vez más demostrar la trazabilidad, la producción responsable y la alineación climática en toda la cadena de suministro.
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En el marco de iniciativas como el Green Deal europeo, la Directiva sobre Informes de Sostenibilidad Corporativa (CSRD) y las normativas sobre diligencia debida, los importadores están subiendo el listón de la transparencia y la responsabilidad. Los productores colombianos ya van por delante: a través de la certificación Florverde y la calculadora de huella de carbono del sector, implantada desde 2012, pueden cuantificar y comunicar su desempeño ambiental a compradores de Europa, Estados Unidos y Japón.
"La industria floricultora colombiana siempre ha ido un paso adelante de la regulación", agrega España. "Aunque estas normas pronto serán obligatorias en otros lugares, para los productores de flores colombianos ya forman parte de nuestra forma de cultivar: de manera responsable y con un propósito".
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A medida que las cadenas de suministro globales avanzan hacia marcos de sostenibilidad más estrictos, la industria de las flores de Colombia está posicionada para predicar con el ejemplo. La Agricultura Positiva no solo ofrece una hoja de ruta para la restauración del medio ambiente, sino también una ventaja competitiva: el acceso a mercados de alto valor, la resiliencia frente a los riesgos climáticos, y una reputación más fuerte como un sector que cultiva tanto la vida como el valor.
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